Vencer o morir: el Mundial de Mussolini
Poco entendía de fútbol, y muchos postulan que jamás había visto un partido completo en su vida, pero “Ill Duce” logró en 1934 atraer a millones y dar a Italia una faceta de potencia en el deporte más popular del mundo.
Por Constanza Sandoval
Joseph Goebbels, jefe de propaganda del Partido Nacionalsocialista postuló una de las grandes bases y cimientos del rubro de la publicidad: “No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Estos actúan sobre las personas como lo hace el alcohol”. Y eso fue exactamente lo que hizo el gobierno de ‘Ill Duce’, utilizando el fútbol como recurso.
Benito Mussolini nunca superó la frustración de perder ante Uruguay la posibilidad de organizar el primer mundial de la historia, es por eso que ejercer presiones de todo tipo ante Suecia, en el marco de la postulación para el mundial de 1934, era casi un deber. No es de extrañar entonces que en un dudoso movimiento ‘sin explicación’, Suecia retirara de manera abrupta su candidatura para ser anfitrión del Mundial de 1934…
El abanico de oportunidades políticas que el dictador italiano vio cuando su país consiguió ser el organizador de la máxima cita planetaria eran abismales, es por eso que desde un principio no quiso dejar margen a la especulación y con tono poco amigable se dirigió al presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Giorgio Vaccaro, para decirle que sin importar el método Italia debía ganar el mundial. “Haremos todo lo posible, excelencia”, replicó el dirigente, pero lejos de estar conforme, Mussolini cerró la conversación con una áspera y desafiante sentencia: “Usted no me ha comprendido del todo bien, amigo… Italia debe ganar este Mundial. Es una orden.”
“¿Quién puede derrotarnos?”, es una de las frases del himno nacional de Italia que con fervor Benito Mussolini deseaba recalcar, y se ocupó de ofrecer enormes cantidades de dinero y regalías a reconocidos futbolistas argentinos y brasileños para que se nacionalizaran italianos y defendieran la selección que debía ‘sin importar los medios’, coronarse campeona del mundo.
Desde un principio la celebración del Mundial de Italia 1934 estuvo viciada por presiones dentro y fuera de los terrenos de juego, amenazas políticas y dudosos cobros arbitrales que se fueron haciendo más evidentes conforme avanzaba la competencia, que por lo demás fue la primera de esta clase que se celebró en Europa.
Los partidos de la segunda Copa del Mundo se jugaban a régimen único, ergo, sólo lograba seguir en competencia quienes de adjudicaban los triunfos.
Italia se quedó con un triunfo ante España en cuartos de final, una victoria que aún en estos días sigue causando ruido, debido a la extremadamente notoria superioridad hispana que no logró reflejarse en el marcador final a causa de los cobros del árbitro René Mercet, quien fue tan aborrecido por su actuar, que al regresar a su país de origen, Suiza, fue expulsado de la profesión por la FIFA y por el comité de árbitros suizo.
En semifinales de la competencia, la selección de Mussolini debió enfrentar a una de las grandes potencias futbolísticas de aquellos días, Austria, la cual tenía como líder y figura al ‘Mozart del fútbol’, Matthias Sindelar, quien fue sucia y despiadadamente marcado y golpeado alguno por los argentinos nacionalizados italianos, anulando así cualquier opción del ‘Wunderteam’ (equipo maravilla) de cosechar un triunfo.
Finalmente, y con la victoria ante los austríacos, Italia clasificó a la final del Mundial de Fútbol de 1934, donde enfrentaría a Checoslovaquia, selección que venía de derrotar a Alemania en semifinales.
En la previa de la disputa de la final de la cita planetaria, la consigna ‘vencer o morir’ tomó un tenebroso tinte de realidad, cuando el entrenador del combinado italiano Vittorio Pozzo, recibió en el camarín la ‘amigable’ visita de un enviado de Ill Duce, quien con la calma de un asesino espetó: “Buen día, señor Pozzo. ¿Sabe? Es usted es el único responsable del éxito… pero que Dios lo ayude si llega a fracasar. Que tengan un buen partido”. Y con la abulia propia de quien no tiene más opción que seguir una orden para resguardar su vida y la de sus dirigidos, el entrenador les dijo a sus pupilos que su única oportunidad era “ganar o destruir al adversario, de lo contrario todos la pasaremos muy mal”.
Con la presión del episodio previo, la selección de Italia entró al campo de juego aquel 10 de junio de 1934, y pese a que comenzaron el duelo con marcador desfavorable, finalmente con agónicos goles de los argentinos nacionalizados Orsi y Schiavio, lograron dar la victoria que tanto anhelaba Mussolini, quien vio el partido desde la tribuna con el uniforme de las ‘chaquetas negras’ y se sobó las manos entendiendo que, según su concepción, haber conseguido levantar la Copa del Mundo de aquel año le permitiría exaltar aún más ante todo el planeta la valentía y el carácter guerrero de la raza fascista.