Palenque: el paraíso de la empanada cuyana en Mendoza

De entraña cortada a cuchillo, lejos la mejor de ese tipo que he probado, jugosa, carne blandísima y sabrosa, cocinada lentamente con una pizca de cebolla y pimentón. Una delicia poco conocida en Chile.

Por Rodrigo Pica (@rodrigopica1)
Panelista de Caleta Abarca
Miembro del panel de cata de Mantegini Sommeliers www.culturasommelier.com.ar

Andando por Mendoza hace algunos años, gozando de un fin de semana de relax con termas en Cacheuta, caminatas por el parque San Martín, llegué de noche a pasarlo bien a la movida y ondera calle Arístides Villanueva, y en la esquina de Olascoaga enloquecí, me encontré con dos locales que hasta el día de hoy me hacen perder los estribos: William Brown, un bar irlandés de tomo y lomo, nombrado así en honor del fundador de la marina argentina y Palenque, un bar-restaurant ubicado en una antigua y cuyanísima casa de adobe recuperada, con antigüedades colgando de los muros, techo de colihues y cava subterránea.

Palenque tiene mucha onda, es un local de público joven, con una buena promo para cada día, consistente en un vino o espumante (recordemos el extra brut argento es de los placeres más gozables del mundo y está a la vuelta de la esquina a módico valor) con algún comestible sustancioso para compartir.

Tanto la carta de vinos y comidas son sencillas, precisas y con todo bueno: si usted es amante de la pizza made in Argentina este es un gran lugar, además hay pastas con verduras a módico precio y buena carne, sin ser una parrillada. Para mí, lo insustituible en este lugar son las empanadas.

La empanada argentina es un género, muy distintas son las que se comen en Buenos Aires y en cada zona del interior, pero si algo nos parece común es que son pequeñas, de sabores más suaves y de masa delgada (a ratos se siente como si fuera de hoja), si es que se comparan con las nuestras.

En Palenque las encontrarán marcadamente cuyanas y algunas más norteñas, del ritual de degustar a lo menos unas seis (nuestros hermanos argentinos son capaces de comerse una docena conversando una botella). Destaco que en su género, la de entraña de res cortada a cuchillo, lejos la mejor de ese tipo que he probado, jugosa, con la carne blandísima y sabrosa, cocinada lentamente con una pizca de cebolla y pimentón. La más norteña de humita es seductora, con un relleno de pasta de choclo levemente dulzón (cremoso, muy distinto al nuestro) con algo de pimentón rojo y otros condimentos, muy novedosa y sabrosa. La de cantimpalo es también imperdible, queso (sabroso y consistente) con trozos de ese chorizo de hispano sabor que le da el nombre.

Las tres llaman a probar tintos mendocinos, esos que hoy seducen el paladar de mercados de todo el mundo, por su suavidad en boca e intensidad de sabores, sea con el frescor y la fruta roja de Uco, con la madurez de Maipú, o con la mineralidad y la potencia de diversas zonas de Luján.

Es que habiendo un vino de la semana a precio preferencial, en esa oportunidad me hice adicto al Tempranillo de Familia Gascón, maduro e intenso, fiel exponente de un estilo cálido de esta hispana cepa en tierras cuyanas. Sus sabores a frutas negras secas, su recia acidez y su cuerpo, con esos sabores a regaliz o a nueces tostadas, realzaron las empanadas al punto de no tener ganas de ir a destilado alguno posteriormente.

La segunda vez que fui, pedí un inefable y siempre elegante Andeluna Malbec de la línea 1300, en botella pequeña, fiel exponente de Uco, cargado de frutas rojas, con la altura de la montaña y el frescor manifestándose en cada sorbo. También se puede ir a lo que esté por copa del día, siempre bueno.

Esta vez tras las empanadas, sí me animé al destilado posterior, pero para ello crucé la calle. Ya les contaré como me fue en William Brown.

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